En los últimos días se debate mucho si la curva de contagios de COVID-19 ha llegado ya a una meseta que anuncie un pronto descenso.
Considero importante reflexionar también sobre qué pasará una vez que prescindamos de la cuarentena. De allí la alusión al poema “Masa” de César Vallejo en el título.
Todo parece indicar que hemos de suscribir un nuevo contrato social. ¿Qué significa esto, exactamente?
En principio, corresponde tomar conciencia de las responsabilidades tanto del estado como de la ciudadanía.
La foto que llegó de Londres
Recientemente, el portal BBC Mundo publicó un artículo en el que revisa las razones por las cuales Perú es el segundo país de América Latina con mayor número de casos de COVID-19, pese a la temprana y estricta cuarentena dispuesta por el gobierno.
El análisis señala que la informalidad es uno de los factores que más ha jugado en contra de los intentos por contener la expansión de contagios.
Según cifras del INEI, a noviembre de 2019, 8.8 millones de personas se desarrollaban en un empleo informal.
Como bien sabemos, en muchos de estos casos, los ingresos se generan “día a día”; debido a esto, desde el inicio de la cuarentena, muchas personas transitan bajo la premisa de asegurar el sustento de sus hogares.
En Perú, la pobreza (ese monstruo grande que pisa fuerte) bordea el 13%. Dentro de ese grupo, solo uno de cada cinco hogares posee una refrigeradora.
Esta carencia lleva a que estas familias deban abastecerse de forma interdiaria, lo que -en medio de la pandemia- ocasiona aglomeraciones en centros de abasto.
Dado que en estos espacios no se mantiene la distancia interpersonal recomendada, rápidamente se convirtieron en focos de contagio.
Por no tener una cuenta bancaria, miles de peruanos se agolpan en las agencias del Banco de la Nación para cobrar los diversos subsidios provistos por el estado.
Al no poder realizar operaciones de forma digital, otros miles colman las sucursales bancarias. La inclusión financiera, entonces, resulta tarea prioritaria.
Dada la falta de ahorros, muchos compatriotas se vieron en la imperiosa necesidad de retirar dinero de sus fondos de pensiones.
La gran mayoría no eran aportantes activos, pues llevaban largos períodos fuera de una planilla laboral. Este escenario actualizó el debate sobre la reforma del sistema de pensiones.
Lamentablemente, todo decantó en un desencuentro entre los poderes legislativo y ejecutivo.
De Ottawa para el mundo
Luego de las agresivas políticas liberales de la década del ’90, el Perú se maneja mediante una economía social de mercado.
Si bien se ha logrado avances significativos en cuanto a la reducción de pobreza monetaria, esto no logra traducirse en mejores niveles de vida.
Derechos fundamentales como educación y salud siguen siendo los grandes pendientes. Y esto no se trata solo de un discurso trillado.
El Banco Mundial halló que los ingresos aumentan un 9% por cada año escolar culminado. Datos de la misma entidad muestran que los gastos de salud suelen ser una de las razones por las cuales muchas familias caen en pobreza.
Independientemente de las obligaciones del estado, tal como establece la Organización Mundial de la Salud, corresponde también a los individuos, las familias y las comunidades comprometerse con la promoción de la salud (Carta de Ottawa, 1986).
Hoy más que nunca somos responsables de desarrollar hábitos saludables que ayuden a prevenir enfermedades.
(Pintar) Estelas en el mar
La crisis asociada a la COVID-19 debe resignificarse como una oportunidad para el cambio.
Luego de reconocernos como agentes de nuestro bienestar, al igual que en el poema de Vallejo, toca hacernos uno para que nuestro país se levante y ande a paso firme.
Llevamos demasiado tiempo discriminando, confrontando y dividiendo.
La lógica del “pro” versus el “anti” ha generado desencuentros sociales, políticos y económicos que hoy nos pasan una dolorosa factura.
Para remediarlo, comunidad, sociedad y nación no deben ser más parte de una retórica demagógica, sino más bien la suma de individualidades responsables y comprometidas con el desarrollo de todos.
Lejanas aún, las próximas elecciones generales serán una excelente ocasión para hacer efectivos los aprendizajes ganados. Hemos de optar por autoridades que encuentren en los ciudadanos aliados y no clientes políticos.
Debemos apostar por un estado que fomente el emprendimiento, promueva la formalidad laboral y establezca reglas de juego donde la tributación traduzca para las personas una razonable relación costo-beneficio.
Valorar y empoderar a los individuos asegura naciones soberanas. Renunciar al asistencialismo garantiza libertad.
Hacer del bien común el compromiso particular pondrá a todos los peruanos a remar en la misma dirección. Repetir viejos errores significará andar al garete y naufragar.