Opinión

En un país colmado de problemas, ¿por qué la ausencia de liderazgo es la crisis que merece mayor atención?

No me quiero centrar en criticar ni el modelo de elección, ni las campañas populistas que los llevan al poder, ni los acuerdos bajo la mesa y sí en intentar entender qué puede estar fallando en el interior de estas personas que tienen la gran oportunidad y responsabilidad de liderarnos en un país con necesidades gigantes
Por Max Coloma Núñez Publicado: Últ. actualización: 21 octubre, 2022 18:37
4 minutos

Escuchamos tanto la palabra crisis que pareciera que vivimos dentro de una unidad de emergencia de hospital. La conversación común y los medios la incluyen como si fuera parte del menú cotidiano. Crisis política, crisis alimentaria, crisis económica, crisis sanitaria y la lista sigue. Algo que por definición se aplica a un “cambio profundo y de consecuencias importantes en un proceso o situación” (de acuerdo a RAE) está tan normalizado que es lógico entender por qué las tensiones entre grupos diferentes de la sociedad se vienen intensificando. Estamos pasando por cambios profundos o al menos así lo estamos apreciando.

Esta realidad nos lleva permanentemente a poner nuestros cerebros y emociones en modo crisis. Lo dijo alguna vez el ex primer ministro hindú Jawaharial Nehru: “Las crisis, cuando ocurren, tienen al menos la ventaja de que nos obligan a pensar”. Eso puede ser adrenalínico, pero al mismo tiempo desgastante, por eso es tan importante que existan líderes que busquen los caminos para resolverlas y encuentren la armonía que cualquier comunidad necesita para crecer.

Lamentablemente, nuestro país representa un ejemplo claro de ausencia de liderazgos. Un buen líder moviliza personas para que de manera voluntaria busquen resultados, es decir, para que resuelvan problemas, de forma ética y pensando en el bien común. Discrepo cuando algunas personas opinan que soluciones que funcionan en el mundo privado no son aplicables al sector público. Claramente el contexto cambia y se dificulta la aplicación de soluciones del mundo empresarial, pero los principios de solución de problemas son los mismos.

¿Y cuáles son esos principios? a) Conocimiento técnico (hay que saber buscarlo y aplicarlo, pero siempre hay especialistas con soluciones para cada problema), b) Uso de métodos de gestión (definir objetivos, hacer un buen plan, monitorear avances y corregir en el camino) y sobre todo c) Liderazgo (establecer un propósito común, construir un buen equipo, prepararlo y crear el contexto para que den lo mejor de ellos).

¿Y qué sucede entonces con nuestros líderes políticos, que parecieran en su gran mayoría no tener ni el conocimiento técnico, ni la habilidad de gestionar y menos el liderazgo para hacernos crecer como país? Los procesos democráticos son mejorables y entiendo que hayan diferentes posiciones (voto no obligatorio, requisitos rigurosos para ser Presidente o Congresista, etc), pero no me quiero centrar en criticar ni el modelo de elección, ni las campañas populistas que los llevan al poder, ni los acuerdos bajo la mesa y sí en intentar entender qué puede estar fallando en el interior de estas personas que tienen la gran oportunidad y responsabilidad de liderarnos en un país con necesidades gigantes y no sólo no nos sacan de las múltiples crisis, sino que pareciera se empecinan en crearlas.

Bill George hace un interesante análisis en su libro “El verdadero norte” sobre porqué un líder puede llegar a descarrilarse y no comportarse en función a lo que realmente demanda su rol. Si bien está hecho como parte de una investigación de líderes empresariales, me parece que es bastante aplicable a la situación que hoy vivimos en el país.

El aspecto central del libro es la definición del verdadero norte de cada líder y lo define como el compás interno que nos guía exitosamente a través de la vida. Representa quiénes somos como seres humanos en el nivel más profundo. Es el punto de referencia que nos orienta siempre en un mundo que gira incontrolablemente y que nos expone permanentemente a crisis. Parte desde el autoconocimiento, pasando por una revisión de valores y principios, motivaciones, hasta de rodearse de personas que nos ayuden a ser mejores e integrarlas a cada acción de nuestras vidas.

Entonces, a pesar de que hay aspectos que influyen en el desempeño de un líder político, como el origen (ciudad vs campo), preparación técnica (Universidad top mundial vs instituto) o actividades profesionales previas (Gerente general vs. Profesor de primaria), el tema central está en reconocer que las personas (y líderes) han perdido (si alguna vez lo tuvieron) el verdadero norte que permite que pasemos de los intereses individuales (“yo quiero”) a logros comunes (“nosotros lo lograremos”).

Y esto no es algo que se resuelve con una enmienda constitucional ni una vacancia apurada. Es un trabajo de largo plazo, de bases de convivencia, de sociedad educada, de valores desde la casa. Las crisis existieron y seguirán existiendo y son los liderazgos fieles a sus valores y al norte verdadero de transformar este país para bien, los que pueden conseguirlo.

Por eso, como dijo el escritor ruso Leon Tolstoi “Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie quiere cambiarse a sí mismo”. En estos tiempos de poner la culpa en los demás, desconfianzas, corruptelas y defensas de lo indefendible, veo un camino lejano pero viable de solución. Y podemos empezar cada uno desde su rol a formar esos líderes del futuro que nos ayudarán a construir el país desarrollado que soñamos. Porque los buenos líderes son los únicos capaces de sacarnos de las crisis creadas por aquellos líderes que querían cambiar el mundo, pero nunca quisieron cambiar ellos mismos.