Creo que todos estamos de acuerdo con la gestión de George Forsyth en La Victoria. Y quien no lo esté, dudo represente a la mayoría del país. Definitivamente, los ambulantes tenían que dar marcha atrás. El principio de autoridad en Gamarra había fenecido, la corrupción en la comuna distrital superaba la imaginación de cualquiera. Dinero en el emporio comercial había, y mucho. Pero, de ese dinero, el Estado no sabía nada; le era imposible sacar su tajada. El caos parecía haber vencido.
Sin embargo, un rayo de luz nos devolvió la poca esperanza que nos quedaba. Un joven alcalde le demostraba al país – y nos sigue demostrando – que no es necesario ser un erudito para ser un líder político o un buen funcionario. Sólo hace falta la voluntad de ‘querer hacer’ y ‘saber rodearse’.
Pero, lo que más me llamó la atención no fue la actitud del ex arquero aliancista; sino, la actitud de la población frente a un peruano que aún no puede ser comprendido con todas sus potencialidades: el ambulante.
Pienso que la gente ha enfocado mal la solución al problema del comercio ambulatorio. Hemos olvidado que el ambulante es un ciudadano, como tú y como yo. Eso sí, es informal; es decir, no tributa, gusta del desorden, y, sobre todo, prefiere subsistir al margen de la Ley.
Hernando de Soto en su libro, “El otro sendero: la revolución informal”, nos explica su modus operandi. El reputado economista, sobre el proceso de conversión de migrantes a informales, nos decía: “(…) Para vivir, comerciar, manufacturar, transportar y hasta consumir, los nuevos habitantes de la ciudad tuvieron que recurrir al expediente de hacerlo ilegalmente. Pero, no a través de una ilegalidad con fines antisociales, como es el caso del narcotráfico, el robo o el secuestro, sino utilizando medios ilegales para satisfacer objetivos esencialmente legales, como construir una casa, prestar un servicio o desarrollar una industria…”.
Sí, De Soto lo vio antes que todos. Descubrió una verdad que ahora muchos nos resistimos a aceptar. Quizá, en un país que hoy alberga mucho odio, los ambulantes son el blanco perfecto. Sin embargo, es una exageración, o aun peor, una injusticia pensar que los ambulantes son tan iguales que cualquier delincuente callejero.
Por el contrario, los ambulantes son pequeños empresarios, son comerciantes sostenidos – en su mayoría – por un esquema de organización colectiva basada en vínculos familiares (como diría José Matos Mar); y estos, al mismo tiempo, tienen a cargo a terceras personas. Estas últimas sobreviven del trabajo producido por ese gran mercado informal; mercado que, a su vez, es mantenido por numerosos consumidores.
Considero que los ambulantes no se ajustan a la legalidad por una simple razón: les es muy costoso hacerlo. Por ese motivo, aunque parezca increíble, son capaces de asumir el precio de sobrevivir frente a las constantes amenazas de malos funcionarios o servidores públicos que, en provecho del caos generado por este tipo de comercio, osan volverse los amos de ese mundo, sujetándolos despiadadamente a las reglas que rigen la vil extorsión.
Para mí, el Estado debe atraerlos a la legalidad, no sin antes – por supuesto – haber aplicado el principio de autoridad. Entonces, el objetivo debería ser que estos cumplan la normatividad; y, adicionalmente, procurar una competencia sana contra quienes viven al otro lado. Los formales.
Por ejemplo, si leemos noticias sobre cómo afrontar el dilema de lidiar con los ambulantes, la palabra “erradicar” es un manjar repetido en muchos titulares. Pero, la misión no es quitarles su puesto de trabajo, sino, obligarlos a tributar, ordenarse y, sobre todo, enseñarles de que al hacerlo, están haciendo un bien a su comunidad. La última alternativa sería organizarlos en nuevos espacios pues, finalmente, los ambulantes facturan con la compra-venta de bienes y la dinámica de la prestación de servicios; y todo esto, aquí o en la China, siempre generará dinero.
Pero, no sólo el factor económico supone que ellos puedan ser unos excelentes aliados de la nación. Me atrevo a decir que ellos son efectivos aliados políticos. De Soto nos explicó hábilmente lo valioso de su aporte en la hora más difícil del país. Sí, me refiero a la época del terrorismo. Ellos – sin saberlo – bloquearon la cruel e inhumana ideología «Marxista Leninista Maoísta Pensamiento Gonzalo». Ellos, sin querer, se convirtieron en el primer producto del liberalismo económico. Fueron esos pequeños burgueses marginados que, con su emprendimiento y bajo la lupa de la Ley de la Oferta y Demanda, lograron derrotar lo que hubiera supuesto el mayor abismo social del país. No obstante, no sólo derrocaron al terror y a las políticas comunistas, sino que, destronaron – a la vez – la eterna receta del mercantilismo, sistema que llevaba tiempo reinando nuestro modelo económico. En conclusión, los ambulantes cambiaron al Perú, sin pretender hacerlo.
Mas, no digo que son una especie de salvadores o héroes ocultos (ahora que están de moda las películas de MARVEL y DC Comics), y menos quiero convertir este texto en una suerte de “oda al ambulante”; pero, sí deberíamos reconocer y apreciar que fueron ellos quienes asumieron el reto difícil de emprender. Y, como todo universo, unos tienen éxito notorio, otros intentan tenerlo, y otros no logran aún crecer como deberían. Empero, nadie podrá dudar que todos se mueven por la riqueza que generan sus actividades.
Si el Estado se concentra en reunir esfuerzos para formalizarlos, acrecentará las arcas públicas. Inclusive, podría usar la formalización para un plan más ambicioso: el laboral. Con solo aplicarlo, el Estado mejoraría las condiciones de trabajo de quienes son parte de ese universo extra legal. Y si eres parte de los intensos activistas verdes, el medio ambiente estaría más que favorecido, y no hay que explicar por qué.
Estimo que los distintos niveles del gobierno (central, regional, y local) deberían asumir una perspectiva más eficaz y realista, y no ver a estos ciudadanos como enemigos, sino como certeros aliados estratégicos contra el real enemigo: la pobreza. Así evitaríamos – quizás – desastres como los intentos de desalojo de los ex alcaldes piuranos.
Señores, el problema ambulatorio es una mera cuestión de percepción, visión, y voluntad. Nada más.