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El peruano del millón de libras: La industria del caucho en el Perú en la sombra de un genocida

Aunque desde muy joven tuvo talento para los negocios, la ambición de este empresario lo llevó a cometer genocidios enteros en la selva del Perú, crímenes que hasta el día de hoy continúan impunes.
Por Jahir Trelles
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En el Perú, aprovechando la falta de autoridad o gobierno central, varios empresarios han explotado a trabajadores y sacrificado vidas para ganar dinero. Uno de ellos fue el peruano Julio César Arana del Águila, conocido por su dedicación a la extracción de caucho en la selva peruana.

Fue responsable de la muerte de más de 40,000 personas, según cifras oficiales, aunque algunas fuentes sugieren que la cifra podría ser el doble.

¿Quién es Julio César Arana del Águila?

Julio César Arana del Águila nació en Rioja, San Martín, y creció en un hogar humilde, siendo el hijo de un vendedor de sombreros. A pesar de que sólo recibió educación primaria, tuvo la habilidad y visión para entrar en el negocio de la extracción de caucho en Yurimaguas a mediados de 1881. Con el auge de la «fiebre del caucho» en todo el mundo, en sólo diez años se mudó a Iquitos y amplió su control hasta las orillas del río Putumayo.

Sin embargo, la forma en que Arana ganaba dinero era a través de la esclavización de la población local, quienes trabajaban por salarios miserables. Las etnias huitoto, andoque, bora y nonuya fueron las más afectadas por sus prácticas. Fueron forzados a extraer la goma y realizar otras tareas propias de un campo de concentración.

Para que trabajen para él, Arana los endeudaba para tener control sobre ellos, dándoles el pasaje, rifles, machetes, provisiones y lo que necesitaran al principio. Si morían antes de pagar su deuda, sus hijos «heredaban» la deuda.

Un ejemplo del horror es que cada jefe huitoto debía producir 460 kilos de caucho al mes, de lo contrario los trabajadores eran sometidos a castigos brutales como latigazos, encarcelamientos a oscuras y sin agua, violaciones a las mujeres frente a sus familias, la mutilación y la tortura hasta el «arrepentimiento«.

Caucho de sangre

Julio César Arana del Águila, oriundo de Rioja (San Martín), fue un visionario que ingresó al próspero negocio de la extracción de caucho en Yurimaguas en 1881. En solo una década, durante la «fiebre del caucho«, logró expandir su negocio hasta las orillas del río Putumayo y fundar la Casa Arana, que creó la sociedad J.C. Arana y Hnos. Y, más tarde, la Peruvian Amazon Rubber Company, respaldada por un capital británico de más de un millón de libras.

Sin embargo, su imperio fue manchado por los atroces crímenes que cometió en la explotación de las etnias huitoto, andoque, bora y nonuya. A quienes esclavizó y endeudó para tener control sobre ellos. El periodista Benjamín Saldaña Rocca de Vergallo denunció públicamente las atrocidades, y el caso llegó a la prensa inglesa en 1909.

Esto llevó al gobierno británico a designar al cónsul Roger Casement para investigar el caso. Casement, quien ya había destacado por su trabajo en el informe sobre los crímenes de Leopoldo II de Bélgica en el Congo, investigó a fondo las prácticas de Arana y sus secuaces, lo que significó el inicio de su fin. Actualmente, la historia de Julio César Arana es vista como un capítulo oscuro en la explotación de la selva amazónica.

La caída de la empresa sangrienta

Después de una larga investigación, el cónsul Roger Casement redactó el «Libro Negro del Putumayo«, en el que se determinó que al menos 40.000 personas murieron a manos de la Peruvian Amazon Rubber Company. Sin embargo, algunas asociaciones indígenas afirman que el número real de víctimas de Arana supera los 80.000.

A pesar de que Arana se defendió ante la justicia peruana y las Cámaras de los Comunes en Londres, su empresa se hundió rápidamente debido a las acusaciones de asesinato masivo.

Después de acumular tanto dinero, Arana pudo permitirse vivir sin trabajar durante algún tiempo. Sin embargo, años más tarde, se convirtió en un férreo opositor del Tratado Salomón-Lozano, ya que le quitaba buena parte de sus terrenos.

Después de eso, vivió su vejez alejado de la luz pública y murió en su casa en Magdalena del Mar en 1952 a los 88 años. Mientras algunos lo ven como un inclemente asesino de indios, otros lo consideran un defensor ardiente del suelo peruano contra las ambiciones colombianas de ampliar su territorio.