Tenía 40 años, un lindo trabajo —que perdí— en un canal de televisión, grandes amigos —que mantengo— y un sueño —que se esfumó—.
Eran los tiempos de la adrenalina por ganar las noticias todos los días, todo el año, todos los años.
La vida era intensa y el mundo parecía que giraba alrededor de una pantalla.
Fueron dieciséis años. Y fui feliz.
Pero todo se acabó.
Circunstancias que creí que nunca iban a ocurrir me obligaron a renunciar.
La salida fue tan dramática —soñaba con quedarme toda la vida en ese lugar— que no solo decidí dejar el trabajo, sino la profesión. Mientras mis colegas eran tentados por otros medios de comunicación, yo dejé todo.
Tenía 40 años.
También, cuatro hijos, una hipoteca y algunos otros compromisos contraídos.
Además, la situación económica del país no era la mejor.
Mis posibilidades eran dos: buscar trabajo en alguna actividad similar o embarcarme en una aventura propia.
Afortunadamente, tenía un cachuelo en una universidad. Digo “cachuelo” al compararlo con lo que pagaba la tele.
Fue ese ingreso, sin embargo, el que me dio la fuerza para hacer la apuesta más difícil que he hecho en mi vida: apostar por mí.
Y, así, le planteé a un amigo asociarme a su empresa de relaciones públicas. Tras consultarlo con su socio me dieron el OK.
Pensé entonces que ahí había terminado todo, que estaba en un lugar seguro y que los clientes llegarían solos, entre otras razones, porque era una persona conocida.
Craso error.
Pasé dos años muy duros, a tal punto que pensé en buscar otros aires.
Pero, afortunadamente, apareció la «superempresa» con la que todos soñamos trabajar y que formaba parte del proyecto más grande que el país estaba por conocer.
De eso, hace quince años.
Pasando revista a lo que pasó, encuentro tres factores que me ayudaron a no fracasar.
Uno: darme cuenta de que la trayectoria profesional previa no es suficiente, y que hay que aprender, con paciencia y mucha humildad.
Dos: es clave encontrar colaboradores, aliados, socios, amigos con los mismos principios y con las mismas expectativas sobre el futuro, en un ambiente de tranquilidad y armonía.
“Hay que privilegiar trabajar con empresas que no solo sean reconocidas y exigentes, sino que compartan conocimientos, valores y experiencias”.
Tres: hay que privilegiar trabajar con empresas que no solo sean reconocidas y exigentes, sino que compartan conocimientos, experiencias y valores.
Cuando terminé la universidad, pensé trabajar como periodista el resto de mi vida profesional. Nunca me vi en otra ocupación, y menos en ser independiente.
Pero la vida te da sorpresas. Ahora veo que cambiar de actividad —sin planificarlo— y asumir un riesgo —sin buscarlo— a los cuarenta es posible.
Y ser feliz a la vez, también.
*Publicado originalmente en la Revista Aptitus.