Opinión

¿La diversidad cultural solo sirve para atraer turismo?

Por Deyvi Saavedra Ordinola Publicado: Últ. actualización: 29 mayo, 2020 03:06
5 minutos

La estrategia que vamos a reflexionar aquí parte de los resultados de la 1era Encuesta Nacional sobre Diversidad Cultural y Discriminación, desarrollada por IPSOS a pedido del Ministerio de Cultura. La data obtenida es sin duda un refrescante insumo para el análisis social y la toma de decisiones públicas y ciudadanas no sólo del sector cultura, sino también de ámbitos como educación, minería, turismo o ambiente. Veamos.

¿Cómo interpretar que el 52% de peruanos no conocen o conocen poco el término “diversidad cultural”? Que casi 7 de cada 10 compatriotas en zonas rurales no estén mínimamente familiarizados con este término es una poderosa llamada de atención para quienes buscamos la construcción de tolerancia, respeto y cohesión social. Por un lado, las cifras nos llevan a pensar lo “cerrados” o “encerrados” que estamos en cuanto a nuestra percepción y actitud sobre la existencia de otras formas de ser, de pensar y de actuar que no compartan los mismos valores o costumbres que las nuestras. Y los casos de feminicidio, violencia LGTBIQ, racismo u otros más son un resultado evidentísimo de ello.

Por otro lado, los resultados nos motivan a trabajar de manera intensa en la promoción de la diversidad pero desde su importancia y raíz propiamente social, porque puede pensarse como una etiqueta de orgullo nacional vacía o netamente turística. De hecho, casi 9 de cada 10 peruanos que manejan el término afirma que está “de acuerdo o muy de acuerdo en proteger la diversidad cultural principalmente porque atrae turismo” ¿Acaso sirve fundamentalmente para atraer turistas? ¿En eso radica su valor medular?

La diversidad natural compite junto a las expresiones culturales en los motivos por los que turistas extranjeros deciden visitar nuestro país (Revísese el estudio realizado por Prom Perú al respecto) Y la diversidad de nuestra cultura, desplegado en sus sitios arqueológicos, históricos y sus festividades locales resultan fundamental en este panorama. No obstante, pensar que su valor principal consiste en una mayor atracción de visitantes y dinero resulta una grave alerta sobre lo “monetarizados” que podemos estar al momento de valorar nuestro entorno, siendo capaces de omitir e incluso destruir aquello que, aunque diverso culturalmente, no nos “permite” crecer económicamente, no nos genera ingresos u obstaculiza la inversión financiera (los atentados en la selva son un botón de muestra).

Frente a esta compleja realidad en la que también tenemos cifras alarmantes sobre discriminación y racismo entre los peruanos ¿Cómo podemos potenciar una nueva valoración de lo diverso e ir alimentando nuestra sociedad de su propia riqueza comunitaria, generando inclusión y desarrollo común? Una de las respuestas parte nada menos que de nuestra propia cocina y nuestro saber comer, en la que se basa precisamente la estrategia que propongo aquí.

Una cocina, miles de cocinas

Los hallazgos de la encuesta nacional arroja luces de solución al problema de nuestra sociedad racista y violenta que se fundamentan en el dialogo generacional que entablamos actualmente sobre nuestra cultura y sus patrimonios, incluida nuestra cocina. Así,  casi la mitad de peruanos consideramos que la gastronomía es la mayor expresión de nuestra diversidad cultural, siendo una de las principales costumbres que se comparten entre padres e hijos.

Esto último, si bien ocurre en el ámbito de la preparación culinaria y las experiencias en torno a los productos y alimentos, no sucede con las técnicas de cultivo artesanal, que los encuestados consideran uno de los saberes diversos más vulnerables en el país. De este modo, los fogones y ollas en casa resulta un espacio privilegiado para la construcción de la diversidad cultural, que debería motivar a proteger las formas artesanales y vivas de obtener nuestros ingredientes.

Apelar al conocimiento y reconocimiento de los platos tradicionales, junto a sus insumos, personajes, espacios y momentos, puede convertirse en una estrategia efectiva para profundizar en los cambios de actitudes desde el seno familiar. Los científicos sociales y gestores comunitarios sabemos lo difícil que resulta el cambio de opinión o predisposición de un colectivo a pesar lo dañino que pueda ser la costumbre o hábito arraigado. Por ello, identificar el frente sobre el cual ir interiorizando el cambio es crucial, siendo una de las mayores contribuciones que pueden brindar instrumentos como la encuesta en mención.

No podemos desligar el conocer del disfrutar. Ciertamente los ejercicios intelectuales son una cuestión complicada para muchas personas y que no garantiza la interiorización de un sentir o una sensibilidad hacia algo. De manera que el disfrute o recreo debe ir en la misma fórmula de la estrategia, cosa no muy difícil en el ámbito gastronómico pues de por sí nuestras cocinas son expertas en saciarnos en placer y nutrición.

Bajo este esquema, deberíamos fomentar de manera recurrente y efectiva la comunicación de los valores históricos, sociales, culturales y familiares de nuestros platos. En las redes sociales, televisión o radio, deben palpitar mensajes constantes que vinculen la comida con la diversidad, la tolerancia y el bienestar común. Las escuelas de cocina deben garantizar nuevos cocineros conscientes de su función en este propósito, así como los profesores de educación básica o superior, que pueden trabajar proyectos educativos transversales en aula o en actividades extracurriculares.

Del mismo modo, los restaurantes, sea desde la fonda o chicherío del barrio, hasta el galardonado cosmopolita, debe pregonar esta riqueza de manera inclusiva, creativa y jubilosa. Y no olvidemos los espacios patrimoniales (museos, sitios arqueológicos, casonas, pampas, etc.) en los que, bajo la mecánica de un recorrido guiado, se ponga énfasis en su valor como zonas de encuentros de culturas, de mestizajes y aprendizajes, como también de violencia y horror que no debe volver a pasar nunca.

En definitiva, se trata de acoger la gastronomía más allá del gusto y expresarla en términos de diversidad y respeto al otro, al distinto o diferente, pero igualmente persona y con ansias de un presente con bienestar para todos. Pensemos esta estrategia de cara a un bicentenario patrio que se ha manchado de manera profunda ante la injusticia, corrupción y soberbia de líderes del Estado. Desde nuestras mesas cultivemos ese sueño que los emancipadores y muchas familias de hace más de doscientos años soñaron y empezaron a forjar: un Perú libre y justo.