A veces hay que tomar una decisión que implica escoger entre dos opciones malas. Es lo que se llama decidir por el mal menor.
¿Cómo llegar a la mejor decisión en este contexto? Detallo a continuación algunas consideraciones que pueden ayudarnos a tomar una buena decisión.
1. Tener en claro las consecuencias de la decisión
Parte de la dificultad es aceptar que en los dos casos perderemos. Sin embargo, no en los dos casos el daño es el mismo.
Ante el dilema del mal menor, es importante tener claro cuáles de las consecuencias negativas estamos dispuestos a sufrir y cuáles no.
2. Identificar sesgos
Hay que identificar los componentes emocionales o psicológicos que puedan estar sesgando nuestra decisión, o llevándonos a racionalizar una decisión emocional inconscientemente tomada de antemano.
Una manifestación de este sesgo es, por ejemplo, buscar o escuchar solo argumentos que justifiquen nuestra decisión, y descartar los que la cuestionan.
3. Cuidado con el primer instinto
Estar prevenidos contra lo que Adam Grant llama la falacia del primer instinto, que consiste en apegarse a la solución instintiva, negándonos consciente o inconscientemente a considerar otras posibilidades o a hacer una evaluación en profundidad.
Las situaciones complejas no tienen siempre una solución clara o simple. Cuando tenemos que elegir entre dos opciones malas, es crítico considerar que es lo peor que podría pasar, sin afectarlo de la probabilidad de que suceda.
4. Evitar quedarse seguros con la opción conocida
A veces preferimos la seguridad de la opinión conocida a la incertidumbre que puede causar abrirnos a otras posibilidades.
Otras veces tememos la presión social que puede ser consecuencia de un cambio de posición. Por ejemplo, cuando en nuestro círculo “se espera” determinada opinión o postura.
Otras veces, no estamos dispuestos a cambiar posturas que consideramos parte de nuestra identidad, sin importar los argumentos que nos presenten.
5. Analizar las consecuencias de cada alternativa
Hay que identificar las consecuencias de cada alternativa, tanto de primer como de segundo orden.
Consecuencias de segundo orden son las que se derivan de las consecuencias. ¿Qué pasaría sí…? ¿Y luego? ¿Y luego? En este escenario, ¿qué podría pasar en un año? ¿en cuatro?
6. Evaluar el impacto de las posibilidades
No basta considerar la probabilidad de que algo ocurra, o descartar una posibilidad porque la probabilidad de que se dé es baja. Hay que evaluar también el impacto de que se dé esa posibilidad.
Así, el que juega ruleta rusa tiene 83% de probabilidades de ganar y solo 17% de perder… con consecuencias fatales.
Situaciones complejas no tienen soluciones simples
Las situaciones complejas no tienen siempre una solución clara o simple. Cuando tenemos que elegir entre dos opciones malas, es crítico considerar que es lo peor que podría pasar, sin afectarlo de la probabilidad de que suceda.
En otro contexto, por eso contratamos seguros contra eventos poco probables pero graves como terremotos y pérdidas totales.
En esos casos, no se puede aplicar un razonamiento del tipo “no creo que haya un terremoto este año”. Para decidir, es necesario evaluar la pérdida en el supuesto de que el evento grave se diera.