Emprendimientos

Coco Chumino: Le dijeron que hacía zapatos de payaso y ahora son exportados como piezas de lujo

Coco Chumino nació tras el golpe de realidad que tuvo su dueño, llevando así calidad en cada de un de sus productos.
Por Daniel Flores
13 minutos
Coco Chumino

La historia de Ángel Abel Salinas Montenegro, un joven trujillano de 32 años refleja la resiliencia y la pasión por el emprendimiento. Su trayecto empieza en Virú, un valle en La Libertad, a 45 minutos de Trujillo, donde nació y creció inspirado por dicha cultura. A lo largo de su vida, Ángel aprendió del esfuerzo familiar, llegando a fundar su propia marca de zapatos que ha conquistado tanto a su ciudad como a todo el Perú y el extranjero.

Historia

Ángel proviene de una familia trabajadora y emprendedora. Su madre, originaria de Cajamarca, se mudó a Trujillo y en los años 80 abrió una panadería en La Esperanza, a pesar de las dificultades económicas del momento. Allí conoció al padre de Ángel, con quien tuvo cuatro hijos. Siendo el último de ellos, el entorno familiar de Ángel se complicó desde su nacimiento. Se mudaron a Virú ya que sus padres se separaron debido a la violencia que sufría su madre, quien se quedó con sus tres hijos mayores mientras que la tía abuela de Ángel lo adoptó como suyo, permitiendo que su madre se dedicara a trabajar y mantener a la familia.

En Virú retomaron el negocio de la panadería, aprovechando el crecimiento del valle gracias al proyecto Chavimochic, un importante plan de irrigación en la región. Su familia no solo vendía pan, sino que también alquilaba equipos de sonido, elaboraba tortas, y tenía una bodega propia. Su madre adquirió un pequeño establo y algunas hectáreas para sembrar maíz y caña, gestionando todas las ventas y contrataciones con gran liderazgo.

«En las noches que ella no trabajaba, mi mamá iba con mis hermanos mayores a regar la chacra. Ella misma se metía con una hidrobomba en la espalda, se ponía su pantalón, botas y armaba todos sus cilindros con la mezcla”.

Desde los siete años, Ángel vivió inmerso en el mundo de los negocios. A los doce ya atendía una bodega familiar, donde aprendió a vender, a comunicarse con la gente y a defenderse de situaciones difíciles. Sin descuidar sus estudios, siempre priorizados por su familia como base del éxito, se destacó como un estudiante aplicado, incluso siendo brigadier y desarrollando habilidades artísticas como la pintura y la danza.

«Desde muy niño repartía pan con mis tíos en las camionetas para los pueblitos de Virú. Muchas de esas familias a veces no tenían como pagar y al ser del campo hacía como un trueque. Pagaban con una gallina, con huevos de corral, con una jaba de papas o con una jaba de naranjas. Era un tema de trueque para el pago y nosotros lo recibíamos porque en la casa éramos varios.”

Jorge Salinas junto a su madre

Su crianza fue estricta. No se le permitía salir y su vida estaba constantemente supervisada por su tía abuela y sus demás familiares, quienes también enfatizaban la importancia de la educación. Ángel fue un alumno sobresaliente, pero a los dieciséis años empezó a cuestionar las restricciones de su entorno y a enfrentarse a sus tíos, especialmente al descubrir su orientación sexual. Él aceptó su homosexualidad, aunque sabía que su familia no lo entendería, jamás se doblegó. Aprendió a ser perseverante y a tomar decisiones sin necesidad de pedir permiso.

A medida que crecía, la tensión en casa aumentó. Sus familiares, con ideas más tradicionales, intentaron moldearlo a su manera, enviándolo a Lima con la esperanza de «corregirlo» llevándolo a una escuela militar. Sin embargo, después de enfrentar sus miedos en ese entorno y con muchas posibilidades de ingresar, Ángel decidió regresar a Trujillo. Su familia estaba muy molesta con él, por lo que el castigo sería que estudiase lo que ellos quisieran. De esa forma inicia la carrera de Farmacia y al año siguiente decide abandonar su casa para tomar las riendas de su propia vida.

“Yo quizás iba a querer estar con alguien y ya se me iba a poner como barreras. Entonces esas situaciones, yo no las quería vivir. Lo que me tomó como acción, irme de mi casa. Durante 3 meses estuve viendo una vida alocada. La pasé de juerga y comencé a probar alcohol y drogas”.

Ángel empezó a trabajar en diversos oficios: desde limpiar oficinas y vender fragancias, hasta atender en cabinas de internet y trabajar en pastelerías y panaderías. Aprendió del sacrificio y se adaptó rápidamente a cualquier situación, siempre buscando su independencia. Encontró una figura maternal en la madre de su primera pareja, quien lo acogió y le brindó el apoyo emocional que tanto necesitaba en ese momento.

Terminó los estudios en farmacia y rápidamente inició labores en una droguería muy conocida en Trujillo, enfrentando problemas por su forma de ser. A sus 20 años percibía un sueldo de más de dos mil soles sin contar el dinero que su madre le mandaba, lo que le permitía darse una vida muy acomodada. El dinero empezó a gustarle y de una u otra forma su actitud comenzó a cambiar.

“Trabajé tres años en Boticas Arcángel, donde aprendí sobre escaparatismo, decoración de anaqueles e impulsación de productos. Mi facilidad para comunicarse me llevó a promover diversos productos, lo que me permitió ganar experiencia y cercanía con el público desde joven. Y el dinero que ganaba aquí y el haber tenido estabilidad económica creo que me convirtieron en una persona creída”.

Terminada su relación amorosa se muda para vivir solo y a sus 21 años toma la decisión de estudiar una segunda carrera: Psicología. Ello, porque Medicina era una carrera que le tomaría tiempo y su familia volvió a apoyarlo. Es así que estudiar y trabajar se convirtió en su rutina por 5 años, lo que le impidió desarrollar habilidades sociales en la universidad.

El punto de quiebre

Un intercambio estudiantil lo llevó hasta Chile, donde estudió un año en la Universidad Andrés Bello. Allí, cursó materias de psicología organizacional y emprendimiento, obteniendo una visión amplia sobre cómo gestionar un negocio y desarrollar proyectos empresariales con un enfoque estratégico. A pesar de sus logros académicos, al regresar a Perú, Ángel se enfrentó a la dificultad de encontrar un trabajo como psicólogo. Sin embargo, nunca dejó de lado sus sueños.

“Cuando yo viajo a Chile renuncio a todo. Al regresar, con mi carrera acabada a los 26 años, postulo como psicólogo y no consigo trabajo durante 3 meses. Yo suponía que al ser alumno destacado tendría todo asegurado, pero no. Creo que no hice los contactos suficientes en la universidad. Durante esos 3 meses se me cortó la ayuda económica de mi hermana y de mi mamá”.

Todo esto lo lleva a sumergirse en un momento de crisis personal y reflexión profunda. Con 27 años a punto de cumplir, se sentía fracasado, sin rumbo y sin propósito claro en la vida. Había estudiado farmacia, pero no quería regresar a ese camino. A pesar de las prácticas profesionales en el área de salud para adultos mayores, los meses pasaban sin que percibiera dinero, sin motivación y con la sensación de que todo lo logrado hasta el momento había sido en vano.

En medio de esta crisis, se encuentra con un amigo y le comparte sus ideas de negocio. Sin embargo, este no lo toma en serio y le dice que es alguien inconstante, que un día está aquí y al otro en otro lugar, por lo que nadie querría hacer negocios con él. Su única oferta fue darle una caja de zapatos hueso (que nadie compró) para que los intente vender. Se contactó con una amiga, quien lo llevó a Tumbes, impulsado más por la idea de distraerse y olvidarse de su realidad que por un verdadero deseo de emprender.

Con 50 soles en el bolsillo y una caja de 40 zapatos, se embarcó en un bus hacia dicha ciudad durante la época navideña. Fue un viaje duro, rodeado de pasajeros con gallinas, frutas y otras pertenencias, muy lejos de los vuelos y las comodidades a las que estaba acostumbrado. Este trayecto se convirtió en una oportunidad para reflexionar, cuestionarse y enfrentar una dura realidad: sus prejuicios y el sentimiento de fracaso que lo agobiaban.

“Viajar en ese bus fue un golpe de realidad. Mi amiga me metió el bichito y me dijo que fuera a la frontera, especialmente a la zona entre Huaquillas y Aguas Verdes, porque ahí la gente compra como loca. Me dijo que el ecuatoriano le gustan esas cosas y que iba a tener mi caja vacía en media hora. Fui un iluso. Incluso el espacio que ella me separó en la casa de su tía no pude usarlo”.

Al llegar a la frontera, la idea era vender los zapatos rápidamente, pero su amiga le dijo que su tía no le prestaría el espacio acordado, dejándolo en la calle, bajo el sol y sin un lugar fijo donde ofrecer sus productos. Con su orgullo herido y luchando contra la vergüenza de vender como un ambulante, se encontró solo, sosteniendo su caja en una esquina. La realidad lo golpeó: estaba en la frontera, con dos títulos y experiencia profesional, vendiendo en la calle como cualquier otro comerciante informal.

“Mientras estábamos parados, viene un señor y me dice que mueva mi caja porque iba poner sus productos. Ahí tuve un pequeño altercado pero se solucionó ya que use la psicología para que me entendiera. Él me dio un espacio pequeñito porque al lado iba a haber otra persona más y empezó a llenarse todo, estaba lotizado”.

A lo largo del día, la necesidad y el ingenio le obligaron a superar sus temores y prejuicios. Vendió el primer par de zapatos, aunque a un precio muy bajo, pero ese pequeño logro significó un cambio. Vendió el segundo par y a la larga los zapatos iban desapareciendo. Comenzó a conocer a otros vendedores y a escuchar sus historias, comprendiendo que no eran malas personas, sino gente con circunstancias difíciles que luchaban por salir adelante en un sistema que no siempre ofrecía oportunidades.

Esta experiencia lo hizo reflexionar sobre su propia vida y darse cuenta de que, comparado con los demás, su historia no era tan complicada. Sin embargo, todavía tenía ese impulso de disfrutar la vida y gastar sus ganancias en una vida loca como la que tuvo, perdiendo todo su dinero por irse a vacacionar cerca de la zona durante 3 días. Esto le llevó a un punto de inflexión: si en esas condiciones había logrado generar ingresos, ¿por qué no podría hacerlo de manera más organizada y sostenible?

Calzado Trujillano

Ángel regresó a Trujillo en enero, con un poco de dinero y muchas ganas de emprender. Recorrió las tiendas buscando un producto que pudiera vender en la frontera, pues ya tenía la mentalidad de comerciante ambulante. Decidió hacer un estudio de mercado para entender qué producto podría ofrecer a sus clientes y descubrió que la gente buscaba diseño, color, durabilidad y, sobre todo, una buena atención. Muchas marcas fallaban en ese aspecto, tratando mal a sus clientes y negándose a aceptar devoluciones.

Decidió lanzarse y, aprovechando la experiencia de un amigo en el rubro, comenzó a vender productos por internet. Creó una página llamada «Calzado Trujillano» para aprovechar las búsquedas en Google, y se dedicó a investigar a fondo cómo nacieron marcas como Gucci y Prada, dedicando horas y noches enteras a aprender. Se tomó fotos en talleres, a veces en secreto, creando una imagen de emprendedor en acción que atrajo la atención de diseñadores y marcas.

«Yo iba y me tomaba fotos en el taller de mi amigo y lo publicaba como si fuese mío. Lo mismo hacía con los zapatos y demás cosas. Cree una imagen falsa de emprendedor, pero me sirvió».

La marca comenzó a crecer rápidamente, y con el tiempo, Ángel y su socio Eduardo se unieron en el proyecto. Se enfocaron en desarrollar productos de calidad y mejorar la atención al cliente. Ángel, apasionado por aprender, tomó cursos en Lima y por internet, y tras un año inmerso en el mundo del calzado logró crear presencia en el mercado.

La primera gran oportunidad llegó cuando un cliente se quejó por la presentación de los zapatos. Ángel decidió invertir en cajas de alta calidad, a pesar de las dudas de su socio y los costos elevados. Esta decisión marcó un antes y un después en la percepción de su futura marca. Además, tuvo que iniciar la producción de un estilo de zapatos que ninguna otra tienda tenía y que al ser su primera fabricándolos no le agrado el producto final, tomando cursos para mejorar el diseño.

Nacimiento de Coco Chumino

En 2018 y a sus 28 años le dio vida oficialmente a Coco Chumino, con el objetivo de ofrecer productos de alta calidad. La primera colección fue sintética por temor a arriesgar demasiado, pero pronto Ángel decidió que el cuero sería el material de sus futuras colecciones. La marca creció rápidamente y, en menos de un mes, fue invitado a eventos importantes, incluso a formar parte del Mall de la ciudad.

Para conocer mejor a su mercado, viajó a Cusco con un pequeño lote de productos y estudió las necesidades específicas de las mujeres de la región. Documentó cada detalle, desde los problemas de ajuste hasta las preferencias estéticas, información que utilizó para mejorar sus diseños. Sin embargo, la sociedad con su socio capitalista comenzó a resquebrajarse. Las diferencias en la distribución del dinero y la falta de control sobre las finanzas llevaron a la ruptura. A pesar de los desafíos, siguió adelante con Coco Chumino, que se convirtió en su principal enfoque.

Taller de Coco Chumino

Desafíos de Coco Chumino

Cabe resaltar que la marca no pudo ser registrada en un primer momento ya que Coco Chanel, la marca de lujo y alta costura francesa, quiso prohibirle su uso ante el Indecopi.  Sin embargo, el organismo le dio la razón a Coco Chumino y ordenó la inscripción de la marca peruana.

Además, Ángel enfrentó criticas hacia los diseños de sus zapatos. Muchos se burlaban de ellos mediante las redes sociales, llevándolo a pensar si es que su marca debía seguir.

“Cuando empiezo a las redes sociales decían que vendía zapatos de Melcochita, zapatos de payaso y muchas cosas más. Al comienzo me chocó, pero un día me desperté y dije, si la gente dice que es de payaso, de payaso serán, como un eslogan. Hice un video y fui viral, la gente me reconoce cuando ve la calle y me dice oye Coco me encanta tu forma de ser y tus zapatos de payaso”.

En 2023, Ángel se convirtió en el dueño absoluto de la marca y abrió su primera boutique en el centro de cuero más conocido de Trujillo. A pesar de las críticas y los comentarios negativos que recibió en redes sociales, supo convertir esos momentos en motivación. Su video se volvió viral en TikTok, y Coco Chumino se transformó en un referente, no solo por sus productos, sino por la historia de superación detrás de la marca.

Hoy, con una boutique en Trujillo, un equipo de 5 personas y un taller propio que exporta su calzado como lujo artesanal a varios países; Ángel planea expandirse a Lima, Arequipa y Tacna, manteniendo su compromiso con la calidad artesanal y el diseño único. Coco Chumino se ha convertido en una marca representativa de Trujillo, enfocándose siempre en crecer, consolidar su equipo y continuar escribiendo su historia de éxito en el mundo de la moda peruana.