Desde el espacio Piura se ve como un colmillo contra el océano Pacífico. Éste territorio en el extremo occidental de Perú se opone a esa franja angosta, larga y árida, que es la costa sudamericana. Podría tratarse de sólo un capricho geográfico, como cuando se compara a Italia con la forma de una bota, pero quizás que sobresalga sea la forma en que la naturaleza anuncia de que se trata de una región única.
En el mar de Grau frente a Piura, la helada corriente de Humboldt da las condiciones para uno de los ecosistemas marinos más ricos del mundo. Los vientos han dibujado olas que ya son un paso obligado del surf mundial, y sus playas son un destino idílico para el veraneo. Piura debería ser sólo una bella ciudad de la costa, pero todo eso cambia en la bahía de Sechura, donde se extiende el desierto más amplio y seco del Perú.
En ese lugar el Fenómeno de El Niño se encuentra con la corriente de Humboldt, modificando la diversidad marina y el clima. Convirtiendo a Piura en el único desierto tropical de Sudamérica. Es un oxímoron climático, un desierto donde llueve torrencialmente. Aunque esto suene más a una profecía bíblica que a un fenómeno climático, hay registros de casi dos siglos de antigüedad que testifican esta ocurrencia.
A fines del siglo XVIII, hacia el final de la colonia, el español José Ignacio de Lacuanda visitó Piura, como Contador Real de la Aduana de Lima y preparó informes comerciales sobre la localidad. En uno de sus informes apuntó que al llegar las lluvias “son tan abundantes que corren ríos por las calles de los pueblos, e inundando los campos, fundan en su copiosa humedad aquellos moradores sus riquezas. Que sin el penoso afán de la siembra ni el cultivo, se llena su suelo de sandías, calabazas, arbustos de algodón”.
La fertilidad de Piura, que describe Lacuanda, es idílica. No por nada los Incas llamaban a la región, Pirhua que en quechua quiere decir granero. Un desierto con tal abundancia que puede preservar alimentos para tiempos de hambruna.
Ya en la década de los ochenta, en un estudio científico resumido en el Atlas de la Región Piura, se describen las condiciones que posibilitan un lugar ideal para la fruticultura.
En primer lugar está la extraordinaria variedad de climas. Estos van desde el suave y seco de la costa occidental sin lluvias, hasta la selva alta y húmeda donde suele llover más de 3,000mm al año, unos 24 millones de litros de agua. Haciendo que este territorio en forma de colmillo tenga una agricultura versátil y pueda sembrar con la misma calidad algodón de la costa, maíz de la sierra y cacao selvático.
La segunda condición son las al menos seis horas de luz que recibe durante todo el año, pero sin el poder calcinador del desierto. Es el sol tropical de una región a cuatro grados del Ecuador que estimula el rápido crecimiento de los árboles y hace que los frutos desarrollen buen sabor y tamaño.
El tercer elemento es la cantidad de agua aprovechable para la agricultura. Además de tener dos ríos de caudal considerable, El Piura y El Chira, cuando ocurren los temporales de lluvia, el agua se filtra alimentando a los acuíferos subterráneos. Esta agua hace que las raíces de los árboles crezcan fuertes y que resisten períodos de sequía. El último elemento está en la Depresión de Bayóvar –34 metros debajo del mar– que tiene la más importante concentración de fosfatos del país con varios millones de toneladas esperando a convertirse en la principal fuente para la elaboración de abonos naturales.
Toda fruticultura necesita un buen clima, sol, agua y fertilizantes orgánicos, el caso es que en Piura cada uno de estas condiciones son excedentes. Al describirlos surge una sensación de extrema fortuna, similar a la que aparece cuando se saben las razones por las que hay vida en la Tierra. El grado de inclinación del planeta permite el clima templado. La distancia que existe en relación al sol hace viable que el agua sea líquida. La existencia de una Luna provoca las mareas y corrientes que le dan una forma habitable al mundo. Son fenómenos aislados, producidos por el azar y cuya improbable conjunción permitieron la vida.
En el caso de Piura, situaciones distintas hicieron posible un mundo aparte. Un terroir, como denominan los franceses a los sitios que crean productos agrícolas únicos por su clima o la consistencia de su suelo. Por ejemplo, el Champagne francés, sólo puede serlo si se produce en la región del mismo nombre. Lo demás es espumante. En el caso de Piura se trata de un súper terroir que permite la cosecha de limones, mangos y otra decena de productos como en ningún otro lugar del mundo.
Ésta otra realidad se nota en su gente, en un diccionario piurano-español-piurano, se pueden descubrir modismos que dan una visión del mundo con otro gusto. Así, un alfeñique no es un debilucho, sino una golosina local. Un chileno no sólo es un gentilicio de Chile, sino es un frejol que se siembra durante un temporal. Y un alfajor no es un quebradizo tentempié sino un dulce de calabaza. Si el lenguaje es una forma de encerrar la realidad, en Piura hasta las palabras saben mejor.