El 26 de febrero inicié un viaje a Europa desde Lima. Un mes antes compré los billetes de avión en la aerolínea Iberia a unos tres mil soles (ida y vuelta), con una sola conexión en Madrid hacia París, sin saber que me metería en el contexto cercano de una crisis económico-político-militar de tiraje mundial por la guerra Rusia – Ucrania, que inició, digamos oficialmente, el 24 de febrero.
Pero, antes de todo, debí asegurar la “documentación COVID” para entrar en el espacio europeo.
Lo primero es tener en regla el pasaporte, es decir, que no haya caducado, con los billetes de avión listos para el check-in. Lo segundo: tener el comprobante del servicio de alojamiento en nuestra ciudad de destino. Tercero: llenar los formularios digitales para ingresar al espacio como el Spain Travel Health, que también se descarga como app, y el EU Digital Passenger Locator Form o EU-PFL, aunque a mi no me los pidieron en los controles de migraciones en Madrid y París. Por si acaso, llévenlos. Cuarto: vacunación completa: si entrarán a Francia deben tener como tercera dosis: Pfizer.
Para quienes se pregunten por qué puede ser barato pagar tres mil soles por un billete de avión ida y vuelta Lima-París, la clave es esta: ahorrar dinero, buscar y estar pendiente a ofertas de aerolíneas como PlusUltra, Iberia, Latam, Air Europa, Air France, KLM o rebuscar en apps de viajes como Skyscanner. Con esto, afiladas las ganas de viajar y patear el mundo, súbete al avión.
Las salas de vuelos internacionales tienen detalles monetarios trascendentes. Por ejemplo, en el Aeropuerto Jorge Chávez de Lima los precios están en dólares: una botella de agua de ½ litro cuesta 3 dólares u 11 soles. ¿Se puede considerar carísimo o normal por la libertad de mercado? Hay quienes compran aquí y no les duele la billetera, y otros que sacan productos, pero los devuelven, porque ven que el precio es en dólares, y no soles.
Estas salas internacionales – famosas por los Salones VIP donde comes y bebes de todo, hasta te duchas y duermes y tu wifi es el más rápido de todos – es como una miniciudad. Hay de todo: librerías, tiendas de artefactos y ropa, minimarkets, restaurantes, en fin, todo en dólares. Los nombres de las grandes ciudades del mundo están estampados en pantallas de colores y con sus números de vuelo y puertas (o gate) de embarque.
Puede suceder que -cosa rara- muchos viajeros pasen días enteros aquí, esperando su vuelo, y esperando en dólares. En efecto, es una dinámica interesante que contiene chispas ya de un lejano contexto social: la guerra Rusia–Ucrania seguida en noticias por YouTube o Twitter, y en comentarios y preguntas de los viajeros. Una señora, a mi lado (mientras entramos al avión para Madrid, capital de España) se cuestiona si seguirán los ataques rusos y la defensiva ucraniana. La miro y sonrío bajo la mascarilla.
Después de unas 12 horas de viaje en clase Económica o Turista del vuelo IB 3740, con cena y desayuno incluidos, y tras un retraso de dos horas en Lima, por fin llegamos al aeropuerto internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas, uno de los más importantes del mundo.
Si están acostumbrados a solo visitar el aeropuerto de Lima, este de Madrid será una locura de la modernidad: trenes automáticos que te llevan de un terminal a otro, señalización en varios idiomas o pantallas donde aparecen destinos como Estambul, Londres, Bruselas, Lisboa, Lanzarote, Milan o Dakar B. Diagne. Otro dato: las tiendas o restaurantes no parecen tan caros para el nivel de vida europeo. Por ejemplo, una gaseosa de ½ litro más un sánguche bien taipá puede costar entre 5 o 6 euros, o sea unos 30 soles.
En estos momentos madrileños sucede que ya entablas más conversaciones en inglés que en español. Los viajeros del mundo y de todas las lenguas empiezan a consultar, a tu lado, sobre sus vuelos de conexión a oriente y occidente a los coordinadores del aeropuerto, mientras hacen cola para los controles migratorios. De pronto saltan más noticias en redes sociales y telediarios sobre manifestaciones en diversas capitales europeas contra Rusia o en apoyo a Ucrania. Lo que me parecía lejano en Lima, ahora me parece muy cercano en Madrid, una ciudad que ya ha vivido ataques tremendos con cientos de muertos, como el atentado en la estación de Atocha en marzo de 2004.
Hay vuelos retrasados, todo está movido. Los reportes periodísticos de agencias como AFP, Reuters o EFE coinciden el 27 de febrero en la mañana europea: Alemania, España, Italia, Francia, Bélgica, Islandia, Dinamarca, Luxemburgo e Irlanda han cerrado sus espacios aéreos para aviones rusos por la guerra con Ucrania. Y justo este aeropuerto Barajas en Madrid, capital española, es punto estratégico a vuelos de todo el mundo, porque sirve de escala para diversas conexiones a América, África y Europa.
Ya en París, la ciudad luz o como quieran llamarle, la realidad es más compleja. Predomina el francés. Compré los diarios Le Parisien, The New York Times y Le Monde: Putin, presidente ruso, en portada y con las palabras guerra, amenaza nuclear y Unión Europea. Ya quedó atrás el inglés masticado y el castellano. Sin embargo, tuve tanta suerte en el aeropuerto parisino Charles de Gaulle, otro de los más importantes del mundo (y también con presencia militar exhaustiva), porque me encontré a un compatriota peruano, el piloto César Anthony, quien trabaja allí y me orientó para llegar a mi hotel que me sentí como en Lima o Piura. Tan pequeño es el mundo, después de todo.
Así las cosas, llegue a mi hostel Les Piaules después de tomar dos metros – el billete me costó 10 euros (unos 50 soles). La reserva que realicé para 6 noches vía Airbnb me costó unos 500 soles (aquí hay wifi gratis, una terraza espectacular, limpieza a todas horas, un restaurante con precios cómodos…pero eso ya contaré luego). El alojamiento está ubicado frente a Plaza de la Nación, un lugar muy chévere y céntrico entre los distritos 11 y 12. Desde su terraza, tomando una cerveza de 2.5 euros para enfriar el estrés del viaje y con la vista de París nocturno y la torre Eiffel bañada en luz, empecé a escribir esta crónica.