Wilmer Alejandro Carrasco Beas nació en 1965 en Yungay, Áncash, siendo el segundo hijo de 5 hermanos. Pasó su infancia en Ucucha, un centro poblado a 26 km de Huaráz. A los cinco años vivió el devastador terremoto de 1970, que destruyó las casas de adobe de su comunidad dejando más de 70.000 muertos y 20.000 personas desaparecidas.
«Recuerdo estar en la chacra con mi familia, observando cómo las piedras caían de los cerros. Tras el sismo, avionetas dejaron víveres en diversas poblaciones afectadas, y mi padre colaboró en los trabajos de reconstrucción».
Wilmer recuerda que, tras el terremoto, además de la reconstrucción de las viviendas y carreteras, se logró construir un aeropuerto cercano a Anta, aproximadamente a 5 km de su comunidad. Lo que más impactó a Wilmer fue el campamento de ingenieros que se instaló frente a la Plaza de Armas de su pueblo. Este se lleno de maquinaria como tractores, motoniveladoras y volquetes, elementos esenciales para la construcción de carreteras, sifones y puentes en la zona. Esto lo dejó impresionado, observando con admiración el trabajo de los ingenieros, motivándolo a querer ser como ellos.
A los seis años, su padre se separó de su madre y la situación empeoró cuando, a los 12 años, su padre falleció. Sin embargo, Wilmer completó sus estudios secundarios e ingresó a la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo (UNASAM) en Huaraz, pero no pudo terminar su primer ciclo debido a una huelga prolongada.
A sus 17 años y con el objetivo de postular a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) en Lima, su familia se mudó a la capital. Sabía que debía prepararse en una academia, ya que en Huaráz la información era escasa y las matemáticas le resultaban difíciles, lo que le hacía sentir que no estaba en condiciones óptimas para su meta.
Un gusto por las matemáticas
Wilmer inició su carrera como docente a sus 18 años. El compartía la habitación con su hermano y mientras se prepara para ingresar a la UNI, enseñó álgebra y trigonometría en la academia Newton. Su pasión por la enseñanza lo motivó a ayudar a otros desde joven.
Tras terminar su carrera en 1990, en medio de una crisis económica marcada por el ‘Fujishock’, Wilmer enfrentó la realidad de que las oportunidades para ingenieros eran muy limitadas debido a la hiperinflación y el colapso de la construcción en el país. A pesar de ello, él sabía que tenía otros talentos a los que podía recurrir, como su pasión por el fútbol, la enseñanza o su habilidad con las matemáticas e ingeniería. Mientras trabajaba en su tesis, optó por seguir enseñando.
Wilmer, con 6 años de experiencia previa y habiendo dictado clases en las academias Trilce y César Vallejo, fue profesor en el Centro Cultural peruano soviético, academia de la Unión Soviética que ofrecía becas a los cinco mejores estudiantes para estudiar en dicho país. No obstante, cuando se desintegró la Unión Soviética en 1991, la academia también.
Dicho centro de estudio pasó a llamarse Peruano Ruso, y en ese momento, le ofrecieron asumir el cargo de director. Aunque su pasión principal era enseñar, y no tanto la administración o dirección, lo animaron a aceptar el desafío, reconociendo en él las cualidades necesarias para liderar. Aunque inicialmente dudó, decidió asumir el reto y comenzar esta nueva etapa en su carrera.
Inicio de Saco Oliveros
En el año 1996 le dijeron que la academia cerraría y que había la oportunidad de alquilársela. Sin pensarlo dos veces aceptó la oferta. Aquí recordó la experiencia enseñando matemáticas durante los periodos de verano, cuando los estudiantes de quinto año asistían a cursos de vacaciones útiles. Observaba cómo, al incrementar poco a poco el nivel de dificultad, los alumnos llegaban a estar preparados para resolver problemas de exámenes de admisión de grandes universidades.
Sin embargo, esta experiencia lo llevó a cuestionarse por qué no se enseñaba álgebra o trigonometría desde los primeros años de secundaria, en lugar de esperar hasta quinto año. Este pensamiento se mantuvo presente en su mente, impulsándolo a buscar nuevas formas de enseñar matemáticas de manera temprana y efectiva, y de esta manera preparar mejor a los estudiantes para los desafíos futuros.
Cuando le alquilan el espacio del Cultural Peruano Ruso, vio la oportunidad perfecta para fundar su propio colegio llamado Saco Oliveros. Inicialmente funcionaría como una academia, pero decidió lanzarse como colegio con dos aulas y tres grados: tercero, cuarto y quinto de secundaria. Sin embargo, en ese momento solo contaba con 20 alumnos entre tercero y cuarto, por lo que tuvo que combinarlos para formar un solo grupo. En quinto de secundaria, solo había 18 alumnos.
Motivando a sus alumnos
Durante las vacaciones de julio, Wilmer decidió ir más allá de lo convencional para motivar a sus alumnos. Les dejó ejercicios para que practiquen durante el descanso, pero también les comentó que los visitaría en sus casas para ver su progreso. Al principio, los estudiantes pensaron que era una broma, pero él cumplió su promesa.
Visitó a cada uno de sus 38 alumnos, tocando la puerta de sus casas y sorprendiendo a sus familias. Los padres, al ver a su profesor llegar, quedaban impresionados, y Wilmer aprovechaba para revisar el trabajo de sus estudiantes, asesorarlos brevemente y dejarles más ejercicios. Este gesto de dedicación fortaleció la relación con sus alumnos.
Antes de finalizar el año, Wilmer se reunió con los padres y les pidió que compartieran con otros sobre el progreso que sus hijos habían logrado en su colegio. Los padres, agradecidos y satisfechos con los resultados, aceptaban gustosos. Además, utilizó una estrategia inteligente: los estudiantes y padres recomendaban el colegio en sus propios barrios. De esta manera, el colegio comenzó a ganar reputación en la comunidad y gracias a a promoción boca a boca que ayudó a atraer más estudiantes, amplió sus grados de educación.
Expansión
En 1997, Marilyn Mondragón ingresó a la Universidad Nacional del Callao (UNAC) y se convirtió en la primera alumna de tercero de secundaria en ingresar a una institución nacional. Esto motivó al colegio a continuar con su enfoque innovador. Permitiendo que, en los años siguientes, estudiantes con niveles educativos aún más bajos, como cuarto y quinto grado de primaria, también accedieran a la universidad.
El segundo colegio de Saco Oliveros se inauguró en San Juan de Miraflores, pero enfrentó un gran desafío cuando 16 de los 32 profesores renunciaron para unirse a «la competencia». Esta situación debilitó considerablemente la institución. Sin embargo, gracias al apoyo de amigos y excolegas, Saco Oliveros logró recuperarse y reconstruir el colegio.
Wilmer lideró su colegio hacia un notable éxito en diversas disciplinas académicas y deportivas. A través de una metodología innovadora, el colegio comenzó a desarrollar sus propios libros, su propio sistema helicoidal y a fomentar la competencia en matemáticas y ajedrez.
Ese mismo año se impulsaron cuatro colegios. Asimismo, se elevó el nivel de preparación de los estudiantes, quienes representaron al Perú en competiciones internacionales en ocho disciplinas: matemáticas, física, química, biología, astronomía, voleibol, informática y ajedrez. Siendo doce escolares de Saco Oliveros que ocuparon los primeros lugares a nivel mundial en la última de estas.
«En el colegio, se implementa el ajedrez como un curso fundamental desde la educación inicial, convirtiéndose en uno de los pioneros en su enseñanza. Además, el enfoque educativo del colegio se basa en un horizonte de desarrollo a largo plazo, que abarca entre 3 a 5 años.Gracias a esta metodología, el colegio ha podido consolidarse como un referente en la formación de estudiantes, cultivando sus talentos y potenciando sus habilidades.»
En 2015, Saco Oliveros anunció la creación de su propia universidad en Callao, con una inversión de US$5 millones. A pesar de que la infraestructura de 5,000 m² estaba al 70% de avance, el proyecto se detuvo debido a la moratoria de creación de universidades establecida por la nueva Ley Universitaria. El espacio fue destinado al colegio pero se dejó abierta la posibilidad de retomar el proyecto en el futuro.
Consolidación
Saco Oliveros alcanzó logros extraordinarios, siendo el único establecimiento iberoamericano que obtuvo dos medallas de oro en una olimpiada mundial. A lo largo de los años, se consolidó como un referente en competencias académicas, acumulando un impresionante total de 740 medallas. De estas, 320 son de oro, 230 de plata y 190 de bronce. Además, el colegio fue galardonado con la marca Perú, un reconocimiento a su valiosa contribución al país en el ámbito educativo y competitivo.
“En matemática somos el único país iberoamericano, ni siquiera como colegio, sino como nación, que ha obtenido dos medallas de oro en una Olimpiada Mundial”.
Los estudiantes de Saco Oliveros consiguieron varias distinciones. Muchos de ellos se encuentran becados en la Universidad de California en Berkeley, Universidad de Cambridge (Reino Unido), en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (Estados Unidos), la mejor universidad del mundo y en países como China, Rusia, Singapur y Corea del Sur.
Asimismo, varios alumnos obtuvieron becas en las mejores universidades del Perú a sus 13, 15 y 17 años. En agosto de 2024, los cinco primeros lugares del examen de admisión de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI) fueron ocupados por estudiantes de dicho colegio. Cabe señalar que dos estudiantes representarán al Perú en el Mundial de Informática 2024, en Egipto. Hoy, exalumnos trabajan con estudiantes en proyectos de biología, informática y desarrollo científico.
Con el paso del tiempo, Saco Oliveros experimentó un crecimiento notable. Albergando en la actualidad aproximadamente 32,000 jóvenes peruanos y más de 50 sedes a nivel nacional . Su expansión y reconocimiento en el país consolidan su reputación como una de las instituciones educativas más sobresalientes de Perú.