Hace cuatro meses, ir a un restaurante era absolutamente normal. Hoy, cualquiera se la pensaría más de una vez antes de sentarse a comer donde, fundamentalmente, no sabes cómo se cuidan las personas que ahí trabajan. Y es normal que exista ese miedo. La pandemia del coronavirus (Covid-19) nos ha enseñado a cuidarnos de forma exagerada.
Pero la vida continúa y en algún momento tendremos que comer fuera de casa, probar un tipo de comida diferente o la sazón de un chef reconocido, o disfrutar de un ambiente distinto al del hogar. En Infomercado decidimos vivir la experiencia de ir a un restaurante después de cuatro meses en los que solo hemos estado pensando en el virus y cómo no contagiarnos.
Los protocolos
Tao, restobar ubicado en el Boulevard El Molino de la ciudad de Piura, ha adquirido una cámara de desinfección de ozono y la ha instalado en el ingreso de su local. Antes, la recepcionista -con mascarilla y protector facial- nos toma la temperatura y provee de alcohol en gel para las manos.
En la cabina de ozono tienes que quedarte quieto 15 segundos para quedar libre de bacterias. Después de eso, pasamos a sentarnos a una mesa. A simple vista se puede observar que el local ha reducido su aforo, hay menos mesas que antes (en la barra no hay bancos) y se nota que hay espacio de un metro y medio de distancia entre las sillas.
Llegamos al medio día y, para sorpresa nuestra, ya habían tres mesas ocupadas. En dos de ellas los comensales estaban comiendo, por lo que estaban sin mascarilla. Mientras que en la otra, sí usaban el protector. «Les recordamos a los clientes, en varias oportunidades, que solo pueden retirarse la mascarilla al comer», indica uno de los mozos.
La atención y la comida
Ya sentados, ningún mozo se acercó de inmediato. Y en unos segundos entendimos por qué. La mesa tenía su propio contenedor de alcohol en gel y no hubo necesidad de pedir la carta. En la mesa se lucía un código QR muy fácil de usar: tomas tu celular, abres la cámara, enfocas el código y se abre el link para ver la carta.
Hasta ahí, no tuvimos contacto alguno con los mozos. Recién se acercó uno cuando intuyó que ya estábamos listos para pedir la orden. El mozo contaba con mascarilla KN95 y un protector facial. Para tomar el pedido no se acercó demasiado, tomó su distancia, escuchó, recomendó y apuntó.
Primero nos trajeron los cubiertos. Estos se encontraban en una bolsa sellada, donde también había servilletas. Según nos comentó el mozo, se entregan así porque han sido desinfectados y nadie los ha tocado. Hasta ahí seguíamos con las mascarillas y todo seguía siendo un poco raro.
Llegó la comida. Pedimos una entrada para ‘compartir’ pero en realidad no fue así. Cada uno se sirvió en su plato y después de eso, con un poco de miedo a decir verdad, nos retiramos las mascarillas para disfrutar de la comida.
Terminamos y un mozo nos indicó que debíamos protegernos de nuevo el rostro hasta que lleguen los siguientes platos. Obviamente, lo hicimos.
Podría decirse que el único ‘contacto cercano’ que tuvimos en el restaurante fue en el momento en los mozos sirvieron los platos de comida. Al salir, caminamos por el camino señalado (solo cruzamos una mesa y después la ruta era libre de personas).