Máximo San Román nació en un pequeño pueblo cusqueño y desde su infancia ha demostrado una innata curiosidad y un insaciable deseo de aprendizaje. Su talento para la reparación de maquinaria, incluso aquellas que los fabricantes extranjeros no podían arreglar, le distinguió desde joven en el ámbito industrial. Con un taller y máquinas alquiladas pudo fundar Grupo Nova, una de las empresas de maquinarias más importantes del Perú.
Inicios
Máximo San Román, nacido en 1946 en Cusipata, un pintoresco pueblo de la provincia de Quispicanchi en Cusco, mostró desde su infancia una notable inclinación hacia la creación de herramientas, inspirado por el entorno en el que creció.
Su padre, Julio San Román, era el arrendatario de una granja donde se criaba ganado, se producían quesos y se criaban ovejas. En la granja había una herrería que cautivaba a Máximo, quien se sentía fascinado por las chispas brillantes que surgían cuando los metales se fundían o eran cortados por los instrumentos de los trabajadores.
«Tuve el privilegio de crecer en una casa-hacienda que albergaba una herrería. Sin embargo, no contábamos con electricidad, por lo que era necesario avivar el fuego de la brasa para que funcionara. Observaba cómo las chispas saltaban cuando dos personas introducían trozos de acero y hierro en el fuego. Inspirado por esta visión, decidí tomar la iniciativa y me ofrecí para atizar el fuelle de aire», recuerda Máximo en una entrevista con Gurú Motivación.
A la temprana edad de 7 años, la curiosidad de Máximo San Román lo llevó a emprender la fabricación de sus propias herramientas. Tomó un clavo de notable grosor y lo sumergió en la brasa con el objetivo de forjar su propio cuchillo para cortar los melocotones que se cultivaban en su región.
“En ese momento, surgió mi interés por crear el producto perfecto. Mi objetivo era fabricar el mejor cuchillo para cortar melocotones, pero mi primer intento no fue exitoso. Los obreros me aconsejaron que debía utilizar acero”, recuerda.
Así, Máximo inició el desmontaje de piezas de maquinaria en busca de acero para la fabricación de su propio cuchillo. Con el transcurso del tiempo, adquirió conocimientos sobre el tratamiento térmico necesario para forjar el cuchillo ideal.
Varios años más tarde, cuando Máximo San Román estaba a punto de terminar el colegio, un amigo suyo regresó de Lima con la noticia de que iba a estudiar ingeniería mecánica. Este anuncio reavivó los recuerdos de los esfuerzos que Máximo había hecho para fabricar sus propias herramientas.
“Mi amigo volvió de Lima y me contó que iba a convertirse en ingeniero mecánico. Hasta ese momento, yo tenía pensado estudiar medicina veterinaria. Sin embargo, su decisión me hizo recordar mi pasión por crear herramientas, así que le pregunté dónde se ofrecía esa carrera”, relata Máximo.
Vocación y primeras experiencias
En 1965 ingresó a la Escuela Nacional de Ingeniería Técnica (antigua ENIT) de la Universidad Nacional de Ingeniería, en la cual estudió Ingeniería Mecánica. Máximo San Román era un estudiante apasionado por su carrera y tenía muchas grandes de aprender.
Desde los primeros ciclos, siempre en la búsqueda de superarse, Máximo San Román se postuló como obrero en una fábrica durante el primer ciclo de su carrera, donde fue asignado como ayudante de un herrero. “Mi único deseo era mantenerme ocupado durante el mes y medio de vacaciones”, comenta.
Posteriormente, San Román regresó a trabajar en la misma fábrica, esta vez bajo la supervisión del ingeniero Carlos Choy. En aquel entonces, debía mantener oculta su formación como ingeniero para evitar ser despedido por el maestro de obra, quien priorizaba la experiencia sobre el conocimiento.
Para ese momento, Máximo ya había adquirido habilidades para reparar máquinas. Tras un breve periodo como docente, buscó empleo en un taller en Pinonate, en el distrito de San Martín de Porres. Allí, se propuso construir el mejor molino picador del mundo, utilizando piezas adquiridas en Tacora y componentes usados que encontraba en su camino.
Con gran destreza, construyó un molino que captó la atención del dueño de una fábrica, el ingeniero Marcos Lozano, quien pensó que la máquina había sido comprada en otro lugar.
“Finalicé mi molino y lo llevé a Huachipa, donde existían varios centros de engorde que preparaban alimentos. El ingeniero Marcos Lozano quedó impresionado con el molino y me dijo: ‘Eres la persona que estoy buscando. Quiero construir una planta de alimentos capaz de alimentar a mil toros al día. ¿Puedes hacerlo?’ Aunque no tenía idea de cómo lograrlo, le respondí afirmativamente”, relata.
La oportunidad que le abrió las puertas al mundo
Un antiguo compañero de universidad, que en aquel momento era superintendente de Industrias Royal, contactó a Máximo San Román. Conocía las habilidades de Máximo y necesitaba su ayuda para reparar una máquina japonesa que ni los propios japoneses habían logrado arreglar.
Sin dudarlo, Máximo aceptó el desafío y en tan solo tres horas logró reparar la máquina, cobrando $2,000 por el servicio.
“Hubo ciertos problemas porque no estaban de acuerdo con que cobrara tanto por un trabajo realizado en tan poco tiempo. Así que detallé la factura de la siguiente manera: $200 por seis horas de trabajo más movilidad, y $1,800 por saber qué pieza usar, cuándo y en dónde”, recuerda Máximo San Román, entre risas.
El gerente de la empresa quedó impresionado por las habilidades de Máximo y le ofreció un puesto como jefe de mantenimiento, aunque con un sueldo de solo $360 dólares mensuales. Máximo no podía creer que le ofrecieran un sueldo tan bajo, pero el gerente le explicó que la empresa había estado perdiendo dinero durante cuatro años y tenía la esperanza de que con su trabajo, la compañía pudiera recuperarse.
“Cuando a un cusqueño como yo nos hablan con el corazón, trabajamos incluso gratis, y así fue. Acepté la propuesta a pesar de que el sueldo apenas me alcanzaba para cubrir mis necesidades básicas”, recuerda.
Con su espíritu de aprendizaje y su deseo de resolver los problemas de la compañía, Máximo se preguntaba constantemente por qué la empresa no crecía. Identificó los problemas principales y, entre otras cosas, modificó una máquina de corte para acelerar la producción de los pines de acero que fabricaban.
Gracias a esto, la empresa creció más rápido durante su periodo que fue de 1971 a 1979 y adquirió nuevas máquinas de la marca japonesa Sakamura. Sin embargo, estas máquinas tenían un componente que San Román consideraba obsoleto y quería modificarlo para mejorar su rendimiento. Pero no fue fácil, ya que el gerente, Teófilo, no quería modificar ninguna máquina nueva. Con el permiso del presidente ejecutivo de la empresa, Máximo logró modificar la pieza y acelerar aún más la producción.
El CEO de Sakamura, sorprendido por lo que estaba sucediendo con una de sus máquinas, viajó a Perú para conocer a Máximo San Román, a quien invitó, meses después, a visitar sus fábricas en Japón.
“Estuve en Japón durante 63 días, donde me trataron muy bien. El señor Sakamura me estaba esperando para presentarme una nueva máquina que habían fabricado y a la que habían llamado ‘La máquina San Román’”, recuerda.
Después de siete años trabajando en la fábrica y con un buen sueldo gracias al crecimiento que había logrado para la empresa, San Román decidió renunciar. Sin embargo, se encontró con un problema económico. Máximo tenía la ilusión de comprar algunas herramientas y máquinas con su liquidación, pero se llevó la sorpresa de que solo recibió una liquidación de S/420 soles.
“Tenía la ilusión de comprarme un taladro, una fresadora o pagar la cuota inicial de un taller, pero la ley del gobierno militar establecía que los obreros debían recibir una liquidación equivalente a los años trabajados, mientras que a los empleados como yo se les ponía un límite de 60 soles por año”, comenta.
Nacimiento de Nova
A pesar de la desilusión que sintió Máximo San Román por la indemnización que recibió, no se rindió y mantuvo viva la idea de establecer su propio taller. Fue en 1979 que alquiló un torno y contrató a su dueño como tornero.
“Comencé fabricando pequeñas tuercas para lámparas, que tenían demanda, así como niples de tubo, entre otras cosas”, recuerda.
En aquel entonces, un señor de Chiclayo buscaba máquinas para amasar pan, ya que los fabricantes de la época tardaban demasiado en completarlas.
Aunque la pequeña empresa de Máximo San Román nunca había trabajado para la industria panadera, él pensó que sería fácil, dado que había realizado trabajos mucho más complejos.
“Un cliente de Chiclayo llegó a nuestro modesto taller y nos pidió que le fabricáramos una máquina para amasar pan que debía mezclar harina, levadura y agua. Le dije: ‘Si he fabricado máquinas para mezclar dinamita, esto debe ser muy fácil’”.
Sin embargo, inicialmente, San Román se dio cuenta de que las máquinas nacionales de la época eran difíciles y costosas de fabricar. Por lo tanto, el cliente le trajo catálogos de maquinaria fabricada en Italia y, basándose en las fotografías, fabricó las suyas.
“Seleccionamos una máquina italiana que parecía accesible para fabricarla a partir de fotografías. Pero el cliente no estaba convencido porque creía que su costo era de $12,000. Le pregunté cuánto tenía para invertir y me dijo: $3,000. Inmediatamente le respondí: ‘Yo te la fabrico por $2,999’”, comenta Máximo entre risas.
Ante este desafío, Máximo San Román destaca la oportunidad de negocio que encontró en ese momento. Si lo hubiera rechazado, no tendría el negocio que tiene ahora.
Durante el primer año de la empresa, participaron en tres ferias internacionales. Se dieron cuenta de que sus máquinas eran atractivas y funcionales y no perdieron la oportunidad de exhibirlas. En aquel entonces, se celebraba la gran feria internacional Pacífico.
Máximo comenta que tenía la ilusión de exhibir su máquina, pero enfrentó dificultades para pagar su stand en la feria. Sin embargo, el dueño le dio la oportunidad de pagar su espacio a crédito.
“Estaba muy ilusionado con exhibir mi máquina en la feria, pero había que pagar el espacio por adelantado. Le dije al dueño que estaba empezando con el negocio, que me ayudara y me permitió pagar el stand a crédito”, comenta.
Posteriormente, se presentaron en una segunda feria internacional realizada en Piura y, más tarde, exhibieron sus máquinas en una feria en Colombia, donde se realizaba una exposición de maquinaria peruana.
De esta forman nacieron las primeras amasadoras con sello peruano y así, poco a poco, fue recibiendo pedidos de otras maquinarias como las divisoras de pan, batidoras y hornos, dando costos muy por debajo de los importados y de buena calidad.
Actualidad y expansión del Grupo Nova
Como se anticipaba, la demanda internacional surgió debido a la alta calidad de las máquinas y su precio razonable. Actualmente, exportan a 37 países, siendo Estados Unidos su principal cliente en Norteamérica, Chile en Sudamérica e Italia en Europa. Además, la mitad de sus clientes son jóvenes emprendedores, mientras que la otra mitad son empresarios establecidos que buscan renovar, cambiar su equipo o expandir su negocio.
Desde el principio, esto generó una gran necesidad: contar con personal capacitado. Por eso, hace 30 años crearon “Nova Escuela”, una institución dedicada a formar a futuros emprendedores en el campo de la panificación, convirtiéndose en una entidad especializada en la enseñanza de alto nivel en Panadería y Pastelería.
Esta institución ha sido la cuna de muchos maestros y campeones que han participado en importantes competencias internacionales. Su principal objetivo es profesionalizar el arte de la panadería y la pastelería con un enfoque único e integral, ya que los estudiantes aprenden desde lo más básico hasta las tendencias más avanzadas.
La escuela está ubicada en Jesús María y ofrece espacios donde los estudiantes pueden experimentar desde el primer día todo el entrenamiento necesario para ser competitivos en el sector, ya que proporcionan una educación práctica centrada en la creatividad y la innovación.
El Grupo Nova sigue trabajando para promover la exposición al mundo no solo de la industria y el potencial de la panadería y pastelería en Perú, gracias a sus ricos ingredientes, sino también como un impulsor de grandes talentos en la panadería y pastelería.