Walter Velásquez Godoy es creador de Kipi, la primera robot quechuahablante del mundo, y de siete versiones más de esta máquina amiga.
La robot se desarrolló durante la pandemia junto a sus alumnos, logrando que escolares de escuelas públicas de Colcabamba, Tayacaja, Huancavelica, del ámbito del Vraem, no pierdan clases por falta de Internet.
► LEER TAMBIÉN: Piura: Sullana se convierte en la principal región productora de banano orgánico
Forma de vida
Walter es profesor del área de Ciencia y Tecnología del colegio Santiago Antúnez de Mayolo, escuela rural que se ubica en el VRAEM.
Desde que tenía cinco años, el docente ayudaba a su madre a guardar los libros en los estantes de la humilde biblioteca, luego de que los alumnos los usaban.
También recuerda otros momentos con su padre, profesor de matemáticas, al que acompañaba a sus clases, por la misma razón. Alegría y curiosidad se asociaron con aprendizaje, docencia e investigación, desde sus primeras experiencias infantiles en Pampas.
Vivencia que asoció, por instinto, con pedagogía “como su forma de vida”, cuenta a Andina.
Cabe señalar que, actualmente, el Proyecto Especial Bicentenario lo considera “un peruano bicentenario”.
Kipi, la robot
La pandemia no detuvo su ingenio. Por el contrario, lo agudizó e inspiró para crear, en plena tragedia, una herramienta que le permitiera salvar a sus alumnos y de otras escuelas del distrito, de la exclusión educativa.
Colcabamba tiene 23 comunidades asentadas a más de 1,000 metros sobre el nivel del mar, adonde no llega el Internet y abunda el narcotráfico.
“Los chicos son tentados por organizaciones que se los llevan como mochileros, transportadores de droga, y las familias de esta zona viven entre la pobreza y pobreza extrema, la universidad no es una opción, y muchos escolares prefieren ganar dinero fácil”, comenta.
El docente explica que Kipi deriva del quechua, Quipi (manta, bulto) para enseñar y “cargar de esperanza».
Asimismo, concibió esta máquina amiga, como una niña, para dar ejemplo a las pequeñas del lugar, perjudicadas todavía, por el machismo familiar que las confina en sus hogares y aleja de la escuela.
Este tacayajino de 33 años se refiere a Kipi como un familiar cercano, al que observa crecer cada vez que le programa nuevas funciones, pues la robot está hecha a base de piezas electrónicas, reciclables.
Además, reconoce la voz humana inmediatamente, está programada para demostrar su enojo ante la contaminación de los ríos encendiendo sus ojos de color rojo; cantar y desafiar a las alumnas con retos y hablar en quechua chanka y castellano.
Con la frase, “Soy Kipi, la robot del Vraem, carguémonos de alegría y esperanza”, inicia sus sesiones. Es una metáfora para todos, ella demuestra que podemos cargarnos de energía, para seguir adelante, explica el experto en robótica.
“No hago robots para vender en vitrinas, sino para uso pedagógico. El Estado tiene que invertir con fuerza en ciencia y tecnología en las escuelas. Felizmente, Kipi ya estará en 3D para ser instalada en laptops y celulares”, puntualiza.