«El arte es el alma de un pueblo, y Joaquín López Antay fue su intérprete magistral.» Así describen los estudiosos al retablista ayacuchano que logró pasar fronteras, llevando las tradiciones del Perú a la escena mundial. Su obra, profundamente relacionada a las costumbres y la espiritualidad andina, se convirtió en un símbolo de identidad cultural.
En 2016, la familia del artista, en colaboración con el destacado museólogo Luis Repetto, inauguró la Casa Museo Joaquín López Antay. Este espacio alberga piezas únicas de su taller, como el brasero a carbón que utilizaba para elaborar la pasta con la que daba vida a sus esculturas.
Ese mismo año, el Ministerio de Cultura declaró la obra de Joaquín López Antay como Patrimonio Cultural de la Nación. Tres años después, extendió este reconocimiento al retablo ayacuchano, reafirmando su relevancia para la identidad nacional.
Joaquín López Antay: Un talento con tradición
Joaquín López Antay nació el 16 de agosto de 1897 en Ayacucho, en una familia de artesanos. Sus abuelos maternos, Manuela Momediano y Esteban Antay, le transmitieron el conocimiento de fabricar cajones San Marcos, cruces y baúles, las cuales representan el origen del retablo ayacuchano. Estos consistían en imágenes de santos, que eran llevadas a distintos pueblos con la finalidad de evangelizar. Cada retablo cuenta una historia, especial y fantástica.
Desde los 12 años, bajo la guía de su abuela, Joaquín comenzó a modelar figuras de santos en barro, inspirándose en las imágenes religiosas de las iglesias de Huamanga.
A medida que desarrollaba su talento, López Antay incorporó elementos costumbristas a los tradicionales retablos, un cambio impulsado por la sugerencia de la indigenista y pintora peruana Alicia Bustamante. Así, dio origen al retablo ayacuchano, una combinación única de religiosidad y vida cotidiana que lo consagró como un maestro del arte popular.
Después de trabajar con sus abuelos, decidió abrir su propio taller en 1925 y se casó con Jesusa Quispe, con quien tuvo a sus hijos Mardonio e Ignacio. Trabajó arduamente en la confección de los cajones San Marcos que eran cajas con objetos mágico-religiosos, usados hasta las primeras décadas del siglo XX en Ayacucho para proteger al ganado e invocar su procreación de temática religiosa.
Aunque inicialmente la venta de retablos le permitió cierta estabilidad, la demanda comenzó a decaer en las décadas de 1930 y 1940. Para sostener a su familia, López Antay recurrió a la agricultura en su pequeña huerta, La Totorilla. Sin embargo, nunca abandonó el arte y perfeccionó su técnica, enfocándose en la simplicidad y la esencia de sus figuras.
Uno de los momentos más importantes, en 1942, fue la visita al taller de Alicia Bustamante, artista y trabajadora del Museo Nacional de la Cultura Peruana. Joaquín le manifestó que los cajones de San Marcos estaban a punto de desaparecer. Ante esto, Alicia le sugirió incorporar temas costumbristas al interior de cajón, y denominarlos retablos ayacuchanos.
Es así como nace el retablo como se le conoce en la actualidad, una caja rectangular fabricada con madera de cedro que transmite arte y cultura contando diferentes historias.
Si bien no hay medidas oficiales, los clásicos diseños miden aproximadamente 32 cm de alto y 26 cm de ancho con las puertas extendidas. En el interior se colocan las figuras que son trabajadas con una pasta hecha a base de una mezcla de papa cocida, yeso cerámico y polvo colado. La parte posterior se cubre generalmente con madera delgada y las puertas se unen a la caja con tiras de cuero.
En 1975, López Antay recibió el Premio Nacional de Cultura, convirtiéndose en el primer artesano tradicional quechua hablante en obtener este galardón, un hecho histórico que marcó un antes y un después en el reconocimiento del arte popular en el Perú, debido a que siempre se premiaban artistas representativos de Europa. Pese a las críticas, este reconocimiento consolidó el valor de la creación popular andina, elevándola al ámbito artístico nacional.
Joaquín López Antay falleció el 28 de mayo de 1981, dejando un legado que trasciende el tiempo y que continúa siendo un emblema del arte y la cultura peruanos.
La Casa Museo: Un legado vivo
Sin embargo, su historia continuó en el recuerdo de muchos. A finales de 2015, Patricia Mendoza Huamanga, Adelaida y Alfredo López Morales, bisnieta y nietos de Joaquín, tomaron la decisión de crear la Casa Museo con la finalidad de difundir y preservar el legado artístico y cultural de Joaquín.
El museo llamado Joaquín López Antay, superó grandes retos para preservar la memoria del artista. Gracias a colectas, el apoyo del Ministerio de Cultura y el esfuerzo familiar, este espacio se logró consolidar como un santuario del arte popular peruano.
Este espacio situado en el jirón Cusco 124, a tres cuadras de la Plaza Mayor, no solo es una casa llena de historias y de recuerdos, sino es un lugar lleno de energía donde los visitantes pueden disfrutar de la presencia de Don Joaquín en cada rincón donde el artista elaboró su primer retablo, y donde compartió momentos inolvidables con personajes importantes de la cultura peruana como José María Arguedas.
Además, los visitantes pueden disfrutar de un guía personalizado y descubrir la historia detrás de los retablos ayacuchanos.
Actualmente, la casa museo fue puesta en valor y adornada de flores propias del retablo ayacuchano. El espacio esta dividido en el cuarto del artista, su cocina, su sala, donde muestra sus sillones y otros bienes que fueron restaurados y puestos en valor.
El legado de Joaquín López Antay trasciende fronteras y épocas. Sus retablos no solo conectan con la tradición andina, sino que también cautivan a artistas y coleccionistas contemporáneos. Gracias al esfuerzo de su familia, especialmente de Alfredo, su obra sigue viva.
Joaquín López Antay no solo dejó retablos; dejó una escuela de vida. Su historia es un recordatorio de que las raíces culturales, pueden permanecer con el pasar del tiempo. Su legado artístico inspiró a generaciones de artistas y sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos interesados en el arte popular peruano.